Recuerdo con añoranza el día que tal como
hoy, cuarenta y dos años ha, inauguraron el primer Burriquin. Seis años se
adelantó a su primo Ronald Mac Donald. Pero para mí no hay color, donde se pone
una doble Whopper no se pone ningún Mac
Algo.
Y eso que añoro los restaurantes
autoservicio Topics con su zona de parrilla como los volcanes de Mordor,
donde un esforzado y sudoroso empleado surtía de churrasco a los más pudientes
y de lo que entonces conocíamos como hamburguesas a los menos pudientes.
Si, hasta aquél excelso día, una
hamburguesa era una lámina gruesa de carne picada, pasada por la parrilla (de
verdad) y a la que le echábamos kétchup y mostaza con fruición, todo esto sobre
un plato mondo y lirondo, nada de embutirlo entre dos trozos de pan acompañado
de verdura variada. Nunca se nos hubiera pasado por la cabeza, entre otras
cosas porque teníamos el claro ejemplo de Pilón, el compañero de Popeye el
marino, cuya frase favorita era: ”con gusto me comería un par de hamburguers”
y acompañaba a la frase deglutiendo dos hamburguesas sin ningún aderezo
vegetal.
En fin, aquél día algo cambió, nos dimos
cuenta que podía haber algo más amargo que portar el uniforme del portero del
hotel Ritz o de guardabosque del parque del Retiro. ¿Qué fue antes, el uniforme
de las azafatas del Un,dos,tres o el de los sufridos empleados del
Burriquin?
Haz la carrera de Económicas para terminar
disfrazado de esta guisa debe de ser un hecho tremendamente doloroso.
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